lunes, 20 de febrero de 2017

Elogio de la media taza






Antes no entendía yo que era eso del cortado o media taza. Para saciar el apetito me parecía poco; para levantar el corazón y sacudir los nervios, nada. Pero entonces había verdadera hambre y verdaderos nervios. Ahora, en fin, soy partidario de la media taza. El nombre ya es discreción, medida, sobriedad. La leche no repleta, el café no excita, y le ayuda a uno a hacer las diez cuadras que faltan, o sea soportar a un amigo, o a concluir unos versos sin mayor peligro. Dorada, dulzona, la media taza es una golosina, un caramelo. Y ¿qué daño puede hacer una media taza? Nada, a medias, puede hacer mucho daño, aunque es verdad que basado en ello, uno las menudea, y, tapado por la leche, no se acuerda que el café está acurrucado por debajo con su carga de alcaloide.


Es pintoresco oir a los mozos solicitar un cortado o media taza. Parece que lo hacen con gusto, que les pesa poco, que es un juego. Media taza, un cortado, y más hasta el mimo: un cortadito. Ayer, precisamente, topé con un camarero que, ante mi pedido, y bien desde lejos, ni siquiera se molestó en formularlo. Miró hacia el mostrador y le bastó un enérgico gesto horizontal en el aire, como si quisiera cortar la columna próxima. Me pareció admirable. Lacónico y expresivo. Aquel mozo merecía ser un escritor, un estilista.


Baldomero Fernández Moreno
Guía caprichosa de Buenos Aires
serie del siglo y medio 70
EUdeBA, Bs.As. 1965